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Durante la gestación, las necesidades de hierro son de tres a cuatro veces superiores a las de una mujer en estado normal. Por eso, hay que prestar un poco más de atención en la dieta con el objetivo de asegurar tanto las propias necesidades como las del feto, que necesita hierro para fabricar glóbulos rojos y tejidos.
Normalmente, el neonato tiene una pequeña reserva de hierro en el hígado que le transmite la madre y compensa así la mínima cantidad aportada por la leche en los primeros meses de vida. Pero si la gestante ha agotado las reservas, bien a causa de deficiencias nutricionales o por haber pasado repetidos embarazos sin tener tiempo de re-hacerse, podría transmitir la anemia al pequeño. Así, es vital asegurarse una buena aportación mediante la alimentación. Recuerda que la anemia ferropénica requiere un diagnóstico y tratamiento adecuado que tienen que estar supervisado, por eso siempre hay que consultar al médico antes de tomar un suplemento.
Una vez que la hemoglobina ha cumplido su misión, pasa al bazo y a la médula de los huesos, que recuperan el hierro. Este mineral recuperado también tiene un papel en las defensas del organismo, ya que ayuda a destruir microbios. Por un lado, tenemos el hierro hemo, que se encuentra en productos de origen animal y que se absorbe de forma eficiente. Y, por otro lado, el hierro no hemo, procedente de los vegetales y que no se absorbe con tanta facilidad.